¿Cuántas veces te has mirado a los ojos y con toda franqueza te has dicho las verdades en la cara?
Creo que una de las respuestas más comunes cuando hablo con amigos y conocidos sobre lo que más odiamos son las mentiras. Las mentiras son una construcción imaginaria de quien las dice, es decir, no son reales. Y cuando lo conversamos de manera impersonal es fácil identificar que “otros” mienten. ¿Te has dado cuenta que tú también mientes?
Pregunta: ¿A quién le mientes tú? Una de las cualidades más sorprendentes de la personalidad de Dios es que es omnisciente; todo lo sabe. Y hay cosas que uno no sabe; lo entiendo, pero hay cosas que uno se oculta… mentiras que uno se dice.
Aquí una respuesta fuerte sobre a quién le mientes: mentirse a uno mismo. ¿Por qué uno se miente? No tengo idea.
Qué difícil es decirse las verdades, sobre todo al principio, pero es más difícil vivir en mentiras. Decir la verdad es el primer paso para dejar que el agua fluya; que no se estanque por años y se pudra. El siguiente es aceptar la verdad y continuar. Toma tiempo ser franco con uno mismo, aceptar cosas que incomodan, que avergüenzan, que alumbran partes que quisiéramos mantener ocultas. Después de la primera vez, uno quisiera serse honesto siempre, pero siempre vuelve a costar.
Mirarse a los ojos y decirse: “dime la verdad”, es retador. Qué apasionantes los retos, ¿no? … De acuerdo, no tan apasionantes cuando es tu vulnerabilidad la que está en riesgo. Mirar cara a cara la verdad, aunque cueste, es digno de exaltar. Con todo y el dolor que genere, con todas las emociones desagradables que se desentierren, siempre será mejor llorar una verdad que la alegría de una mentira; la primera es corta y te enseña para siempre, la segunda es un desgaste sin fecha de fin: ¡qué suplicio!
Entre más rápido se sepa y se acepte la verdad, mejor. Es toda una historia con inicio, nudo y desenlace, el mirarse a los ojos y decirse las verdades, otra muy diferente es aceptarlas. Qué admirable tener la gracia suficiente para aceptar la verdad sin hacer berrinche, aceptar con bondad y sin reproche; sin rencores, que los rencores solo muestran el abismo interno… (y si se asoma el abismo WOW, qué verdad la que hay al frente).
Valentía para aceptarse las verdades en la cara sin que eso perturbe el autoestima, otro súperpoder. Poder mirarse a los ojos y decirse “no te quiere” y aceptarlo con gracia, “se acabó” y aceptarlo con gracia, “esta vez es un no” y aceptarlo con gracia, “no saldrá como querías” y aceptarlo con gracia, “no es el momento” y aceptarlo con gracia. Así, sin berrinche, sin que se desequilibre el valor y amor que te tienes, aunque duela. Aquí otra verdad: eres un ser humano, tienes sentimientos.
Valentía para decirse a la cara las verdades que ofuzcan, sin justificarse… así, solo diciéndolas a los ojos. Mirarse cara a cara y decirse “estás siendo odiosa” y aceptarlo para gestionarlo, “te duele que esto pase de esta forma” y aceptarlo para gestionarlo, “te saca de onda no tener el control” y aceptarlo para gestionarlo, “te incomoda que te digan esto o aquello sabiendo que es verdad” y aceptarlo para gestionarlo. Aquí otra verdad, aceptarlo es el primer paso para trabajarlo.
Valentía para decirse las verdades mirándose a los ojos sin necesidad de que otros lo validen, solo porque sabes, en lo profundo del ser y convencida por el Espíritu, que es verdad. Con la mirada fija decirse “eres buena persona” y no dudarlo, “eres amada” y no dudarlo”, “no hay deudas por saldar” y no dudarlo, “eres generosa” y no dudarlo, “tienes un corazón de oro” y no dudarlo, “has aprendido” y no dudarlo. Aquí otra verdad: no todas las verdades duelen.
¿A quién pretendes engañar si ya te tienes engañado a ti mismo?
Ser decididamente honesto con uno mismo es quitar las piedras del río que no dejan pasar el agua. Mirarse a los ojos y decirse las verdades puede costar, pero qué delicia decirlas y poder continuar. Un respiro; un soplo de aire fresco que da vida. Al otro lado de la mentira hay una verdad esperando ser aceptada y gestionada.
Y después de ser honesto contigo mismo ¿qué te queda? … Tú, de verdad.
30.04.25 Bogotá, Colombia
-Anita